Ruta realizada el 19 de julio de 2025
4 personas a pie
Distancia
12,69 km
Desnivel positivo: 133 m
Desnivel negativo: 133 m
Altitud máxima: 58 m
Altitud mínima: 3 m
Tipo de ruta: Circular
Tiempo en movimiento: 3 horas 22 minutos
Tiempo: 5 horas 21 minutos
Esta ruta urbana circular por Catania busca sumergirse en el alma de la ciudad: su historia, arquitectura, religiosidad, herencia romana y bullicio mediterráneo. A través de calles, plazas, iglesias y mercados, el recorrido permite conectar con la identidad catanesa y descubrir joyas ocultas y emblemas inolvidables como la Piazza del Duomo, la Via Etnea o el Castello Ursino.
Adjunto vínculo a Wikiloc:
https://es.wikiloc.com/rutas-senderismo/sicilia-paseo-por-catania-222668819
Catania es una ciudad que huele a lava, a historia viva, a azufre y a mar. Esa mezcla tan siciliana de devoción barroca, ruinas antiguas y lava endurecida nos recibió con una luz de julio que no da tregua, pero que lo inunda todo de una intensidad muy particular. Arrancamos desde los alrededores del Museo Diocesano, donde ya se asoma la imponente Piazza del Duomo, corazón palpitante de Catania. Pero la ruta nos llevaría antes a uno de los extremos históricos de la ciudad: la Porta Garibaldi. Este arco triunfal, también conocido como Porta Ferdinandea, fue construido en 1768 para conmemorar la boda de Fernando I de las Dos Sicilias con María Carolina. De estética robusta y solemne, la puerta, con sus franjas de lava negra y piedra blanca, nos saludó desde la Piazza Palestro. Desde ahí, comenzó nuestro lento serpenteo urbano.
La Via Giuseppe Garibaldi es una de esas arterias largas y rectas, flanqueada por balcones y esquinas cargadas de historia. Nos cruzamos con el Palazzo Asmundo di Gisira al llegar al cruce con la Via della Lettera, una fachada elegante que esconde siglos de poder y refinamiento. Volvimos al centro para zambullirnos en la Piazza del Duomo, donde no puede faltar la parada junto a la Fontana dell’Amenano. Conocida también como la fuente de los siete caños, su agua emerge mágica desde el subsuelo, donde corre el río Amenano, y forma una cortina líquida. Frente a la fuente se alza la Cattedrale di Sant’Agata, construida sobre las ruinas de unas termas romanas, destruida y reconstruida tantas veces que parece querer recordarnos lo efímero de lo humano y la constancia de la fe. El mármol blanco brilla bajo el sol mientras a sus pies reposa el símbolo más querido por los cataneses: la Fontana dell’Elefante, conocida como "u Liotru". Esta escultura de basalto negro con un obelisco egipcio en la espalda es al mismo tiempo enigmática y simpática, un emblema que se ha mantenido en pie contra terremotos y erupciones.
Cruzamos bajo la Porta Uzeda, una de las entradas a la plaza, construida en 1695 tras las destrucciones del terremoto de 1693. Desde allí se abre la Via Etnea, la espina dorsal de la ciudad, recta y vibrante. Nos desviamos a la Chiesa di San Placido, una pequeña joya que conserva la serenidad en su fachada. A pocos pasos, el Palazzo Biscari nos cerró el paso con su elegancia desbordada. Este palacio sigue siendo residencia privada, pero se puede visitar y es un ejemplo fastuoso del barroco siciliano.
Poco después alcanzamos el Teatro Massimo Bellini, con su plaza y la fuente de los músicos. El entorno es de postal, con el Palazzo delle Finanze cerca, orgulloso y simétrico. Seguimos por la Piazza Scammacca y la pequeña Chiesa di Sant’Orsola, que asoma discreta entre el bullicio. Regresamos brevemente a la Piazza del Duomo, donde el ajetreo es constante y la historia parece respirar en cada rincón. Continuamos hacia la Piazza della Università, donde los jóvenes llenan terrazas y las fachadas lucen escudos, columnas y símbolos académicos. El Teatro Machiavelli nos tentó a entrar, pero seguimos hacia la Basílica de Maria Santissima dell’Elemosina, otro lugar de recogimiento y belleza.
Volvimos a la Via Etnea y en uno de sus tramos más encantadores nos desviamos por la Via Crociferi, donde uno tiene la sensación de caminar en una escenografía barroca: fachadas teatrales, cúpulas, rejas, y la Chiesa di San Benedetto, con su escalera monumental. Allí mismo, la iglesia de San Francesco d’Assisi Immacolata nos dio sombra mientras descansábamos en el Parque Cardinale Dusmet. La ciudad no dejaba de sorprendernos. Seguimos hacia el Teatro Greco Romano, cuya ubicación en el entramado urbano parece desafiar al tiempo. Cerca está el Oratorio de San Filippo Neri, pequeño y algo escondido. A pocos metros, las termas romanas de la Rotonda, y un poco más allá, la poderosa Chiesa di San Nicolò l’Arena. Este templo sin terminar impone respeto con sus proporciones colosales.
Nos acercamos a la Iglesia de Santa Ágata y seguimos el rastro romano hasta el Anfiteatro, justo al lado de la Piazza Stesicoro, donde también se encuentra la tumba simbólica del poeta griego del mismo nombre. Toda la zona parece superponer capas de historia. Pasamos por la estatua de Vincenzo Bellini y el Palazzo del Toscano, antes de sumergirnos en uno de los ambientes más animados de la ciudad: el mercado callejero.
Las voces, los aromas, los colores de la Plaza de Carlo Alberto de Saboya, donde la basílica y los tenderetes conviven, nos envolvieron. Luego nos desviamos hacia la Via Santa Filomena, una calle estrecha y vibrante donde la gastronomía siciliana está en su punto álgido. Allí abundan bares, trattorias y aromas a tomate, albahaca y mar. Seguimos por la Via Etnea, bordeando el Parque de Villa Bellini, cerrado aquel día por un concierto. Pudimos espiar entre rejas sus jardines y fuentes. Luego pasamos junto al Orto Botánico, también cerrado por horario, y continuamos bordeando el Parque Cavour, donde la Fontana Cerere, silenciosa y rodeada de verde, fue una grata sorpresa.
Nos acercábamos ya al barrio del Borgo. Visitamos la iglesia del Santissimo Sacramento y luego la de Santa María di Monserrato, más apartadas, en zonas menos transitadas pero igual de llenas de espíritu. Desde allí, empezamos el regreso hacia el mar, pasando por el Ministerio de Finanzas y la Fontana dei Malavoglia, antes de visitar la iglesia del Santissimo Crocefisso della Buona Morte, pequeña y cargada de simbolismo. Nos acercamos a la Piazza dei Martiri, donde ya se sentía la brisa marina. Un paseo peatonal junto a las vías del tren. Poco después alcanzamos el puerto y el Club Náutico, donde los barcos descansaban al sol. Se nos pasó acercarnos a la Fontana di Proserpina, que estaba a unos metros, con sus figuras mitológicas en lucha y entrega. Aunque no estaba en nuestra ruta directa, tenia pensado hacer un desvío para admirarla de cerca, pero al final son muchas cosas, y no caímos en el momento. En todo caso, nos la cruzamos varias veces más adelante, pero ya fuera de esta ruta.
En el tramo final, pasamos frente a una estatua descabezada frente al Palazzo Biscari, como un guiño surrealista del camino. Las calles entre Via San Calogero y el Castello Ursino estaban repletas de restaurantes y vida nocturna. El aroma a pescado y vino nos guiaba. Finalmente, llegamos al Castello Ursino. Esta fortaleza del siglo XIII fue testigo de los días de Federico II de Suabia y de las Vísperas Sicilianas. Sus muros, antiguos y sólidos, parecían cerrar el círculo perfecto de nuestra ruta.
Nos sentamos en una terraza cercana, con la fortaleza como telón de fondo, y brindamos por la jornada, por la historia, por el camino y por la buena compañía. Catania nos había regalado una experiencia completa, exigente a ratos, pero fascinante siempre. La senda, aunque urbana y asfaltada en su totalidad, resultó variada en paisajes: desde el núcleo antiguo con sus piedras centenarias, hasta parques, calles comerciales y zonas gastronómicas vibrantes. Con 133 metros de desnivel positivo, apenas perceptibles, fue una ruta cómoda para cualquier persona con hábito de caminar, perfecta para recorrer en unas cinco horas si se toma con calma, como hicimos nosotros.
Dejo el mapa de la ruta.